domingo, agosto 16, 2009

Confesiones De Un Psicópata Parte II

Manuel Delgado Villegas, “El Arropiero”


Nacido en 1943, analfabeto, de escasas luces, hijo de un vendedor de dulces de higo y propenso

a enfadarse cuando le brotaban pelillos en el centro del labio superior, porque ello borraba el parecido que creía tener con Cantinflas. Violador bisexual con antecedentes penales; sádico, con ocho muertes probadas, otras catorce investigadas y veintiséis más confesadas por él mismo.

El Arropiero fue detenido a comienzos de 1971 en el Puerto de Santa María por estrangular a su novia, que apareció con los leotardos anudados al cuello. Los policías se encontraron ante un necrófilo, ya que Delgado reconoció que tuvo relaciones sexuales varias veces con el cadáver. Tras la detención empezó a desgranar una secuencia de crímenes terribles perpetrados durante varios años de vagabundeo.

Es el mayor asesino de la historia de la criminología española. Manuel Delgado Villegas "El Arropiero" se declaró autor de cuarenta y ocho muertes. Nunca fue juzgado, ya que se le ingresó en el Psiquiátrico de Carabanchel. Murió hace unos pocos años, ya en libertad, tras beneficiarse de la nueva legislación penal. Nacía a la vida cuando su madre la perdía por traerle al mundo. Era una fría mañana de 1943. El hambre y la miseria de la posguerra inundaban España. Su padre, un honrado trabajador, se ganaba la vida fabricando y vendiendo golosinas caseras hechas con arrope, un líquido dulzón, negruzco y espeso que se hace con higos. De ahí el alias del Arropiero que luego heredaría su tristemente famoso hijo. Al fallecer su esposa dejó la criatura al cuidado de la abuela y marchó a vivir al Puerto de Santa María, donde posteriormente se volvería a casar.


Manuel se crió con varios parientes diferentes, que le propinaban frecuentemente palizas que le curtieron el cuerpo y endurecieron el corazón. Acudió a la escuela, pero fue incapaz de aprender a leer y escribir. Era bisexual, mostraba un carácter bastante violento y la promiscuidad empezó a ser su norma de vida. Empezó a gozar de gran estima entre homosexuales y prostitutas, y logró a vivir a su costa. Su "éxito" se debía a que padecía anaspermatismo, es decir, ausencia de eyaculación, por lo que era capaz de practicar repetidos coitos en busca de un orgasmo que no conseguía alcanzar.

A los dieciocho años ingresó en la Legión, donde además de iniciarse en el consumo de marihuana, motivo por el que fue sometido a una cura de desintoxicación, comenzó a padecer ataques epilépticos -nunca se supo si fingidos o no- que le sirvió para ser declarado no apto para el servicio militar. A partir de entonces se dedica a recorrer la costa mediterránea ejerciendo la mendicidad, robando en las casas de campo y prostituyéndose. Es detenido en numerosas ocasiones por "la gandula", la famosa ley de vagos y maleantes, más tarde denominada de peligrosidad social. Jamás llegó a ingresar en prisión, dado que las convulsiones neurológicas que escenificaba lo conducían a establecimientos psiquiátricos de los que rápidamente salía.

Contaba 20 años de edad cuando el Arropiero emprende su carrera criminal. Era 1964, hasta entonces los delitos no habían pasado de proxenetismo y paso clandestino de fronteras. Al día siguiente de año nuevo, paseando por la playa de Llorac, en Garraf, localidad de Barcelona, "se le cruzaron los cables".

"Vi un hombre dormido apoyado en un muro. Me acerqué a él muy despacio y, con una gruesa piedra que cogí cerca del muro, le di en la cabeza. Cuando vi que estaba muerto, le robé la cartera y el reloj que llevaba en la muñeca. ¡No tenía casi nada y el reloj era malo!".


Siete años tardó la justicia en demostrar su culpabilidad, pese a que el cadáver fue descubierto a los diecinueve días del crimen. La víctima, un cocinero, había acudido a la playa desde la ciudad condal para recoger un par de saquitos de arena para la cocina y se recostó a dormir una pequeña siesta de la que jamás despertó. Tres años después de este asesinato volvió a las andadas, ahora en Ibiza.

En un chalet deshabitado de Cam Plana, a cinco kilómetros de la capital, abandonaba el cadáver desnudo de una estudiante francesa que ese día cumplía 21 años. La muchacha había acudido al lugar con un norteamericano y, tras ingerir varias dosis de LSD, éste intentó mantener relaciones sexuales, pero ella se opuso tenazmente. El yanqui, desanimado, abandonó la casa dejando la puerta abierta. La casualidad hizo que el Arropiero le viera salir y, pensando que era un ladrón, intentó imitarle, encontrándose con la hermosa joven dormida. Esta tampoco despertaría.

Las andanzas del "vagabundo de la muerte" continuaban y en un viaje relámpago a la capital de España asesinaba de un golpe de karate al inventor del slogan "Chinchon, anís, plaza y mesón". El cadáver apareció en un recodo del río Tajuña sin pantalones ni calcetines. "Lo maté porque le vi en compañía de una niña a la que trató de violar" fue su excusa.

La siguiente víctima, un millonario vicioso. Se trataba de un barcelonés que contrataba regularmente sus servicios por el precio de 300 pesetas la sesión. Se encontraban en la tienda de muebles propiedad de este industrial, escenario habitual de sus reuniones, cuando Manuel le solicitó mil pesetas argumentando que tenía una necesidad urgente. El cliente prometió dárselas al final, pero, concluido el acto, le pagó las 300 de rigor. "Por eso le pegué en el cuello con el canto de la mano y cayó al suelo. Cuando le estaba quitando la cartera se despertó y empezó a insultarme ¡él a mí!, por lo que agarré un sillón, le arranqué una pata y le di con ella en la cabeza". Después lo remató estrangulándolo. Le partió el cuello.

No había terminado aún el año 1969 cuando cometió su acto criminal más execrable. Asaltó a una señora de 68 años, propinándole un fuerte golpe. Después la arrojó desde una altura de 10 metros, descendió en su búsqueda y arrastró el cuerpo ensangrentado hasta el interior de un túnel, donde sació su degenerado instinto sexual mientras lentamente la estrangulaba. Horrible acto de necrofilia que volvió a repetir durante las tres noches siguientes.

En septiembre de 1970 decidió trasladarse a vivir al puerto de Santa María con su padre, para ayudarle en la fabricación de arropías y vender golosinas en un carrito por las calles. Pronto hizo amistad con un homosexual, con el que mantuvo secretas relaciones.

"Fuimos a dar un paseo en moto y cuando íbamos a salir a la carretera general, me acarició. Le dije que se estuviera quieto, pero no me hizo caso. Enfadado, paré y le di un golpe en el cuello, despacio, pero era tan flojo que se cayó y se rompió las gafas. No respiraba bien y me dijo que lo llevara al fresco, junto al río. Allí intentó otra vez tocarme y, sin pensarlo, le solté un golpe más fuerte y cayó al fango, boca abajo e inmóvil". El cadáver fue localizado flotando a 12 kilómetros del lugar del crimen.

Durante su estancia en la localidad costera entabló relación con una subnormal, muy conocida por su desmesurada afición a los hombres. Llegó a presentarla a su padre como su novia. "Salimos a dar un paseo y por una veredas fuimos al campo de Galvecito; hacíamos el amor siempre en él sin que nadie nos viera. Lo hicimos, como siempre, de muchas formas, pero me pidió una cosa que me daba asco. Cuando me negué a ello me insultó y me dijo que no era hombre, pues otros se lo habían hecho". La infeliz no se apercibía de que estaba firmando su sentencia de muerte. "Entonces le pegué un golpe, y como no se callaba y me seguía insultando, le puse al cuello los leotardos que se había quitado y apreté hasta que se murió".

Cuando terminó escondió el cuerpo entre unos matorrales y regresó al pueblo. "Volví a estar con ella el lunes, el martes y el miércoles, y hubiera vuelto hoy si no me hubieran detenido. ¡Estaba tan guapa!, ¡La quería tanto! ¿No era mi novia?, ¿Entonces no podía hacer el amor con ella lo mismo que antes?" Fue su argumentación al ser detenido por agentes de la Brigada de Investigación Criminal, el 8 de enero de 1971.

De los cuarenta y ocho asesinatos que se atribuyó -especificó que estuvo a punto de matar a seis personas más para satisfacer su apetito sexual- durante sus siniestras andanzas por Francia, Italia y España, sólo se llegaron a probar ocho, debido a su extrema complejidad, que hubiera precisado la colaboración policial a nivel europeo. Faltaron acusaciones particulares, había pocos testigos. No se llegó a celebrar la vista oral, sino que con base en la Ley de Enjuiciamiento Criminal se emitió un auto de sobreseimiento libre, por el que quedó archivada la causa y se ordenaba su internamiento en un centro psiquiátrico penitenciario. El de Carabanchel fue su destino, hasta el cierre del mismo hace una década.

En dicho establecimiento fue examinado por expertos psiquiatras de numerosos países y determinaron que se trataba de un peligrosísimo psicópata, a causa de ser poseedor del cromosoma XYY, denominado de Lombroso o de la criminalidad. Los especialistas que estudiaron su caso coincidían en que no se le podía poner en libertad porque "es un criminal nato, un asesino que puede hacer mucho daño siempre, mientras viva". Por su alteración genética carecía de conciencia, de sentido de la culpabilidad, de remordimientos; creía que era normal, incluso cuando asesinaba. Cortocircuitados los sentimientos, lo hacía con la mayor tranquilidad: ni parpadeo, ni aceleración cardiaca, ni gota de sudor.

Describió con la mayor frialdad posible cómo en Roma mató a su patrona porque se había encaprichado de él y, como era demasiado gorda, no podía abrazarla. En París se encaprichó de una joven que pertenecía a una banda de atracadores; como éstos se negaron a admitirlo en el grupo, acribilló a los cuatro con la metralleta de uno de ellos. En la capital francesa, antes de ser expulsado del país por indocumentado, mató a otra chica por chivata, estrangulándola lentamente.

Prosiguió sus correrías por la Costa Azul, asesinando a una dama de unos 40 años que le llevó a su lujoso chalet; ella se empeñó en que durmiera abundante y él, contrariado, le machacó la cabeza con una piedra.

Le robó el dinero y las alhajas. Igual que haría con un hombre que, al verlo dormido en la playa, se ofreció a que lo hiciera en su casa; tras invitarle a cenar, intentó mantener relaciones sexuales con él. Un apretado cable alrededor del cuello del anfitrión puso fin a su "generosidad". Curiosamente "el estrangulador del Puerto" aportó un dato que ayudó a la INTERPOL a cargarle la autoría del crimen. Recordó que, al mantener contacto íntimo con su víctima, se quedó dentro del recto de ésta el vendaje que le cubría el dedo con el que le penetró. El informe del forense establecía que, efectivamente, al hacerle la autopsia se habían encontrado unas gasas en tal lugar.

Durante las dos décadas largas de internamiento fue sometido a tratamientos por diversos expertos. A consecuencia de ello jamás volvió a mostrarse violento con otros enfermos. "En ocasiones ocurre que algún interno se mete con él llamándole estrangulador y, sin violentarse, enseguida me llama y viene a presentar la queja oportuna". Declaraba uno de los jefes del centro de Carabanchel.

Bajito y de extraordinaria fortaleza. Un sujeto enigmático y agresivo, de mente retorcida, sin escrúpulos, en cuyo diccionario no entraban las palabras perdón, piedad o remordimiento, y que alardeaba de sus hazañas delictivas. Se pasaba el día musitando: "Necesito que alguien se acuerde de mí".

Con el paso de los años en el psiquiátrico, su aspecto externo tornó, pese a ser un cuarentón, en el de un anciano de cabello oscuro encanecido, ralo y enmarañado, barba hirsuta, rostro ajado y diabólico, ojos azules como el mar, fríos como el hielo y penetrantes como el acero. Pero su actitud cambió. "No he matado a nadie", susurraba a quien quería escucharle. Como si hubiera olvidado el casi medio centenar de asesinatos de los que alardeaba, describiéndolos con todo detalle en los interrogatorios policiales. Decía que quería curarse, trataba de recuperar la libertad.

Tras el cierre del madrileño psiquiátrico penitenciario de Carabanchel prosiguió su internamiento judicial en el sanatorio alicantino de Foncalen. Con la entrada en vigor del nuevo Código Penal fue puesto en libertad, falleció al poco tiempo debido a su desmedida adicción al tabaco, desarrolló una EPOC (Enfermedad Pulmonar Obstructiva Crónica) que acabó con su vida el 2 de febrero de 1998.





Jesse Pomeroy-El Niño Psicópata

Nació en Charleston, Massachussets, Estados Unidos, el 29 de noviembre del año 1859 y fue el segundo hijo de Thomas y Ruth Ann Pomeroy, una pareja de clase media

Algunos registros señalan que Thomas era un sujeto adicto al alcohol, además de ser un hombre físicamente abusivo que emprendía un concierto de golpes contra su mujer y en ocasiones de excelsa inspiración, de sublimes arrebatos, acometía con fiereza inhumana a sus vástagos.

Los registros indican que Thomas Pomeroy, obnubilado por los vapores del alcohol, sacudido por un poético frenesí de violencia, arrastraba a sus hijos hacia un cobertizo ubicado en la parte trasera de la casa donde los desnudaba y después de reventarlos a palazos o sumergirlos en los pantanos del dolor y la humillación se desvanecía con fingido llanto sobre el piso donde quedaba adormecido e indefenso.

Jesse no escapó de estas macabras danzas, recibió tundas inconmensurables, acogió en su carne infantil los moretones producidos por los puños, los pies o los maderos con que su padre resolvía sus deficiencias civiles y familiares.

De rodillas sobre granos de maíz, con los brazos abiertos en cruz, un libro en cada mano, Jesse Pomeroy veía impotente como se acercaba el rebenque hasta morder su piel y hacerle saltar chispas de sangre bajo la luz mortecina que se colaba por un tragaluz en lo alto del sotechado.

Quizás como mecanismo de defensa, ante la insoportable impotencia al verse hostilizado por su padre, Jesse no asimiló la idea de una buena conducta desde la punta de un látigo o en la rústica dureza de los nudillos de un puño cerrado; más bien, se cuenta, terminó sintiendo una especie de delectación brutal.

No obstante, las cosas comenzaron a cambiar al crecer Jesse. Los relatos de esa época indican que su apariencia era verdaderamente sobrecogedora. Con cada año su rostro adquiría un aspecto terrible. Su cuerpo era demasiado grande para su edad. Su cabeza era una suerte de enorme cubo poblado por una maraña de cabellos entre castaños y rojizos, como si un incendio se propagara por su cráneo monumental.

El padre descubrió con horror en una de sus habituales y abusivas correrías que Jesse era una especie de monstruo, cuyo ojo derecho sin iris ni pupila lo miraba desde un oscuro averno donde podía ver tan solo un erizado arenal en llamas.

Al crecer, Pomeroy se convirtió en un individuo solitario y retraído, como ocurre con las personas demasiado diferentes. No existía nadie que recordara haber visto una sonrisa en sus labios. Se cuenta que sus hermanos tenían por costumbre adoptar mascotas, pero a partir de cierto momento, todas desaparecían. Poco después, entre los hierbajos del campo circundante a la casa, aparecían muertas sin cabeza y con las entrañas esparcidas.

Seguro Pomeroy concibió el ataque proveniente de su padre, como una realidad inamovible, como un hecho consuetudinario en la historia de su vida y por eso, cuando logró cierta dosis de independencia se ensañaba con las mascotas y animales pequeños que encontraba o hurtaba de las casas vecinas.

Esta costumbre de Pomeroy anunciaba ya el camino por donde caminaría abonando con sangre y muerte una vida de estulticia y anodina desde otro punto de vista. Su evolución le llevó a atacar, igual que su padre, a criaturas más pequeñas que él y los niños estuvieron en su mira desde ese momento.

Su primera víctima fue William Paine. Era el año 1871, el mes de diciembre llegaba con sus fríos vientos y ráfagas de escarcha. El páramo se vestía con el frío blanco de la nieve. Dos hombres caminaban por un apartado sendero cuando escucharon unos gemidos que provenían de una cabaña abandonada. Entraron no sin temor, no sin cautela y encontraron al pequeño de cuatro años colgado por las manos al techo. El niño no supo quien lo había atacado ni atado de tal manera.

Poco después, casi a finales del mes, cuando los pobladores se preparaban con amnésico descuido para celebrar el año nuevo, unas mujeres que preparaban una parcela para la siembra percibieron un inesperado movimiento entre los matorrales y no dejó de escapárseles un alarido de terror al ver a unos perros husmeando en las abiertas heridas del cuerpo de un niño.

Tres víctimas fueron descubiertas vencidas ya por la putrefacción y con la sonrisa de la muerte en sus labios carcomidos, antes de que Pomeroy fuera arrestado y llevado a prisión. Allí se alimentaba en un rincón de la cocina y en el patio trasero del penal se ejercitaba con regularidad. También en su celda le era proporcionado un numeroso material de lectura.

Jesse Pomeroy fue enviado después a un cuarto forrado de concreto y acero de dos por tres metros donde pasó por espacio de cuarenta años. En esas cuatro décadas estudió varios idiomas sin tener nunca un interlocutor.

Después de ese tiempo, ya viejo y enfermo se le reintegró al resto de los detenidos. Se dice que intentó escapar escarbando debajo de la pared. Llegó hasta la tubería del gas con la intención de volar la puerta de la celda. Hay quienes alegan que no quería escapar si no terminar con su mísera existencia.

En 1931, vencido por el tiempo, por las enfermedades y el olvido, agonico y sufriente, Jesse Pomeroy murió en un desastroso estado, casi ciego, con reuma y severos problemas respiratorios. Fue cremado y sus cenizas esparcidas al viento, nunca se arrepintio del mal que hizo



Albert DeSalvo

Nació el 31 de septiembre de 1931 en el seno de una familia desestabilizada por el mal carácter de su padre. Al parecer, se encargaba de descargar su ira sobre los seis hermanos y su madre. Los continuos golpes y abusos de su progenitor propiciaron que el joven Albert abandonase la unidad famililar pronto y se criase en las calles, lejos del asfixiante ambiente familiar. Pequeños hurtos y pendencias son el bagaje de esa temporada, en la que pasó varias noches en los calabozos de la comisaría.

Mientras, su madre se volvió a casar y decidió dejar a Albert a su destino, mientras ella rehacía su vida junto a su nuevo esposo.

Él, en cambio, decidió alistarse en el ejército y fue destinado a Alemania. Allí conoció a Irmgard Berk, hija de una respetable familia, de la que se enamoró y con la que contrajo matrimonio.

Los problemas de la nueva familia De Salvo comenzaron cuando Irmgard tuvo su primer hijo. Unos problemas en el parto propiciaron que la mujer cogiera aprensión al sexo y a raíz de esto, Alberto comenzó a buscarlo en otras mujeres.

A su regreso a los Estados Unidos, comenzaron los problemas para Albert.

La prensa comenzó a publicar las noticias referentes a un asesino en serie que aterrorizaba Boston.

Sus víctimas eran estranguladas y comprendían edades entre los 19 los 85 años. Todas eran violadas antes y sus cuerpos sin vida eran encontrados a las pocas horas en sus casas.

La primera de ellas fue Anna Slesers, de 55 años. Su cadáver fue hallado por su hijo. Al llegar a casa se encontró con una escena dantesca. El domicilio estaba completamente revuelto, como si lo hubieran asaltado y robado, y el cuerpo de su madre estaba desnudo y con claros signos de haber sido violado. El cordón de la bata había sido el arma homicida.

Ese 14 de junio de 1964 comenzaba la leyenda del Estrangulador de Boston.

Dos semanas después fue asesinada Nina Nichols, de 65 años. En esta ocasión fueron las medias el objeto con que terminó con su vida. Otra vez, el domicilio estaba revuelto, como si se hubiera producido un robo.

Los investigadores se dieron cuenta entonces de un detalle: en el suelo aparecieron varios dólares y objetos de valor. Todo parecía una estrategia para confundir las investigaciones y el auténtico móvil del crimen.

En el mismo día, apareció muerta Helen Blake, de la misma edad, a unos quince kilómetros de distancia del hogar de Nina. El apartamento de esta infeliz también presentaba signos de asalto.

La alarma social comenzó a extenderse y la policía hizo un llamamiento para que las mujeres de Boston no permitieran la entrada a sus hogares de extraños y extremaran la precaución.

Las muertes se sucedían, y la edad comenzó a variar. Ya no se trataba de mujeres blancas maduras, sino que comenzaron a aparecer los cadáveres de jóvenes de entre 20 y 30 años, una de ellas afroamericana.

Pronto se encontró una descripción del asesino, aunque confusa. Una testigo aportó una declaración en la que afirmaba haber visto como un hombre de unos 30 años entraba en el apartamento de la última víctima. Allí, además, se encontraron restos de semen.

En otra ocasión, la policía se desconcertó, al encontrarse un cadáver asfixiado, como los otros, pero con 22 puñaladas. El cuchillo se halló en la cocina.

Las autoridades se desesperarona. ¿Era todo obra de un desequilibrado o habían varios asesinos sueltos?

Para intentar avanzar, el Fiscal General de Boston acudió a Peter Hurkos, un mentalista que tenía cierta fama en esa época.

Las dotes de Hurkos se revelaron muy útiles. Fue capaz de aportar detalles que no podía conocer e incluso descartó una foto que no correspondía con el caso, y que había sido colocada por la policía para probar al “detective psíquico”. Y todas las fotos, por cierto, estaban boca abajo, por lo que las descripiciones que hacía de ellasHurkos, sin verlas, dejaban asombrados a los agentes.

Los indicios obtenidos por la intervención de Hurkos condujeron a la detención de un exhibicionista y fetichista, que recibió el nombre de Thomas O’Brien para proteger su identidad real.

Por desgracia, la policía determinó que este personaje no era el culpable de los asesinatos, por lo que lo soltaron inmediatamente. El asesino continuaba suelto.

Una llamada disparó los acontecimientos. Una mujer denunció que un individuo entró en su casa, y al comprobar que también estaba su marido, salió corriendo. La identificación como Albert De Salvo fue positiva y fue detenido.

Confesó sus asesinatos y fue condenado a cadena perpétua en 1966. Falleció en 1973, víctima de un compañero de celda, que lo apuñaló.

Hasta aquí, nada destacable, pero las dudas afloraron casi inmediatamente después de su detención.

Las confesiones eran bastante precisas, pero en los 13 asesinatos que se le adjudicaron habían algunos que no correspondían a su modus operandi. Quizás Albert De Salvo era el Estrangulador de Boston, pero ¿era realmente el culpable de todos los asesinatos referidos?

Incluso los familiares de algunas victimas lo dudan. Es posible que en algún lugar de Boston, otro Estrangulador continúe libre, quizás encubierto por el propio De Salvo.

Su vida ha dado lugar a la película “El Estrangulador de Boston”, con Tony Curtis en el papel del asesino e inspiró el film “Copycat”, con Sigurney Weaver y Holly Hunter.


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